12 nov 2010

Chocolate

El techo se elevaba del suelo en curvas y las penumbras nocturnas hacían armonía con la frágil luz de la vela. El olor a canela envainaba el ambiente, su dulzura con un toque de vainilla, apetecían. La mujer le daba y le daba paleta, dibujando siluetas paridas del espeso arte de cocinar. Lo bajo del fuego, y como en la nostalgia: el ser se cobija solo, se sirvió una taza. Tomo una cuchara, el humo abandonaba su cuerpo, y como alma fugitiva se esparcía en nubes, danzando, alegre, vivo. Un sorbo y lo coloco en la mesa. El lazo imaginario se ato en su garganta, quería llorar, dejar brotar el dolor, hacerlo físico, mordió sus labios, su compañero no estaba. Bebió un poco, volvió a la olla, el vapor moría. El golpeteo de la ventana contra el marco, la trajo. Fue, la aseguro y regreso. En la soledad nocturna, imagino como seria si estuviese ahí, si no lo hubiesen llamado, pero: ¿quien es uno para desafiar el destino?, solo queda la esperanza perdida. El dolor se hizo peor, el recuerdo, los olores, los espacios dejados. Entonces, lloro con un dolor eterno, imposible de calmar, las olas del sufrimiento humano se ensañaron con ella, la revolcaron en la orilla y sintió como se la tragaba el mar, para luego, flotar en auroras, de múltiples colores, los más hermosos, fue cuando un destello de luz puro, indescriptible, floreció delante de sus ojos. Era él, su rostro tenia expresión benigna, radiante, se abrazaron, permanecieron así, no querían que culminase aquello, se amaban, el dulce latido de su corazón la enamoro de nuevo, la enamoro de aquel niño hecho hombre, lo amaba. El roce con su piel le obsequio recuerdos que solo una madre atesora, trato hablar pero era muy feliz para hacerlo, las sensaciones no se pueden describir, tenia a su hijo ahí, era suyo después de tanto tiempo, solo para ella, lloro, el sentimiento se hizo físico, el olor de la canela se marcho, solo quedaba uno tan limpio, tan bello, innombrable. Con su palma derecha le rozo ambas mejillas y lo beso, deseaba que se hubiese detenido el tiempo, que la vida ya no fuese vida sino otra cosa, otra cosa donde no existe el final, donde solo existe un comienzo. Sonrieron, las palabras mudas se volvieron miradas, miradas que decían lo mucho que se amaban, que se extrañaban, que se añoraban, pasajes de una vida, añoranzas de otra. No sabe cuanto tiempo fue, solo sabe que fue el necesario para entender que su hijo seguía vivo, y que el resto de su vida seria feliz por culpa de un recuerdo. El golpeteo de la ventana la trajo de nuevo, se despertó, seco sus lagrimas, fue, la aseguro, la sonrisa en sus labios era el analgésico a su tristeza, ya distante. El chocolate lo coloco en la olla y lo llevo a la nevera. Arribo a la habitación de él, observo cada detalle, sin embargo, no era tristeza lo que le causaba, era un sentimiento reconfortante, como el de un hijo que se ha marchado de casa, y algún día volverá. Se fue a la cama, acostada, viendo la pared enconchada de pintura vieja, su cara, arrugada, y sus ojos, viejos también, transmitían calidez y tranquilidad, fue cuando en la frontera entre el sueño y la realidad, alguien le susurro: Te amo.

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